ArtÍCULO
Comenzando a sanar
Un día alguien me pregunto, ¿Gino, que hago para sanar mis heridas y no sufrir más?, sinceramente en ese momento no supe que responder y solamente me reía por dentro porque no sabía quién podía estar más maltrecho, si esa persona o yo con todo lo que estaba viviendo y más aun con la rebeldía que invadía a mi vida por esos días en donde no aceptaba mi realidad.
A pesar de sentirme en esa encrucijada y queriendo que él me diera la respuesta a mí, yo sabía que no podía dejar sin contestación a una persona que, en ese momento, quizás, podía estar pasando por el carrusel emocional más dificil de su vida y justamente allí en ese instante, veía en mi a su salvador con la gran respuesta para tan comedida pregunta. Tronco de lío en el que me había metido este personaje. Pensé por un momento, lo miré a los ojos y simplemente le dije lo que mi corazón sentía en ese instante: “No se puede sanar sino descargamos aquello que aún nos pesa, tú sabrás entonces que debes soltar”. Inmediatamente me fui para que no me preguntará más cosas tan difíciles de responder.
¿Te has preguntado porque aún no tienes la vida que quieres?
Más allá de las decisiones que hayas tomado hasta ahora, acertadas o no para darle respuesta a éste interrogante, es necesario comprender que siempre somos vulnerables y susceptibles para cometer errores y los cuales pueden costarnos mucho. Realmente creo que es porque no nos permitimos la oportunidad de buscar la raíz del problema a través de un Stop que nos permita interiorizar la realidad verdadera de nuestras vidas, desencadenando así, un encuentro con nuestro interior y escuchar lo que está gritando a viva voz y diciéndonos hace mucho tiempo que le quitemos tanto peso de encima, que paremos y que decidamos sanar.
Si esto no se logra de manera adecuada, la mente se nubla y se vuelve estéril ante las situaciones de vida, ante las realidades que nos acontecen en el diario vivir y eso hace que nos equivoquemos aún más.
Eso me pasó a mí. La inestabilidad emocional que abordo mi mente fue tal, que no sabía ni que hacer, el amor no se conjugaba en mí y era porque no había soltado el lastre emocional y mental que había en mi vida, lo arraigaba a mi Ser como si de un tesoro maravilloso se tratara, sin darme cuenta que tenía un apego al sufrimiento y peor aún, lo había hecho mi amigo y con el cual me sentaba a tomar tintico todos los días. ¡Que crueldad conmigo mismo!
Decidí entonces no querer, no amar, me hice compañero del dolor y compadre del llanto permanente para siempre llegar a la misma pregunta destructora, ¿Por qué a mí?
La inacción, la no confrontación y la terquedad de creer que no hay nada que sanar en nuestras vidas, se enfrentan con la Oración, con la acción, con la confrontación y con la osadía de la aceptación que debemos remendar nuestro corazón de los bemoles que las circunstancias, realidades y vivencias nos han consignado en nuestra alma, de esta manera podemos reiniciar, reaprender y entender nuevamente que la pregunta no es ¿Porque a mí?, sino ¿Para qué a mí?
En ese justo instante, entendí que era para que me diera cuenta del Amor de Dios hacia mí y a veces eso duele pero era porque me estaba forjando, me instruía, me estaba moldeando, me quitaba con el fuego ardiente de su Amor las corazas del sufrimiento de mi corazón, enjuagaba el sucio que tenía mi vida, me limpiaba y me purificaba como cuando Jesucristo saliendo del Pretorio, ensangrentado, con su corona de espinas y cargando el madero, me decía que yo también debía aceptar mi Cruz, amarla, besarla y cargarla porque era la mejor manera de “COMENZAR A SANAR”.
Y fue en ese preciso instante, cuando llegó a mi vida un personaje quien después de pensar por un momento y mirarme a los ojos me dijo: “No se puede sanar sino descargamos aquello que aún nos pesa”, tú sabrás entonces que debes soltar.
Ánimo, tú también puedes “COMENZAR A SANAR”
Tu cercano servidor,
Gino Corcione.
Embajador de sueños.
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